EL DILEMA DE LA LIBERTAD: ENTRE EL SUEÑO Y LA PESADILLA

 “(…) El hombre está condenado a ser libre.”

_Jean Paul Sartre en El Existencialismo es un Humanismo

        Seguro que la mayoría de nosotros hemos sido absorbidos por la algarabía de la libertad y sus elocuentes discursos. En el devenir del tiempo, irrumpieron las revoluciones liberales que desenraizaron al hombre del yugo del sometimiento y la opresión. Si bien existen remanentes de dominación del hombre por el hombre en distintas partes del mundo, hoy en día la libertad es ampliamente aceptada por la sociedad posmoderna, una sociedad donde la autonomía privada no se discute, a decir de Lipovetsky (2010). Los mecanismos de represión que fueron parte de la gran maquinaria dictatorial de los gobiernos del siglo anterior, como la dictadura de Trujillo en República Dominicana, descrita en la novela La Fiesta del Chivo (2000) de Vargas Llosa, han quedado obsoletos. Hoy hallamos a una sociedad occidental más libre, consumista, autónoma, independiente y, por supuesto, más individualista que antaño. En ese sentido, los siguientes párrafos intentarán acercar al lector a la contradicción surgida de la práctica de la libertad cuando voluntariamente elegimos entre un situación, objeto o acción antes que otra.

        El último punto ya nos inserta en un claro antagonismo entre los beneficios de dicha elección y los costos que inevitablemente aparecerán en el corto o largo plazo. Frases como “lo que no aprendió Juanito hoy, mañana no sabrá Juan” o “debes estudiar una carrera que recompensen el esfuerzo que he hecho en ti” parecen recortar esa libertad individual. Veamos el caso de nuestro buen amigo Raskolnikof para distinguir la magnitud de la libertad: Todo comenzó desde que el protagonista de Crimen y Castigo escuchó la conversación de un estudiante y un oficial en un bar sobre el balance social entre dar muerte a una “vieja imbécil, esmirriada, perversa e inhumana” – la vieja usurera de la novela- (Pág. 85) a cambio de una ganancia material para el bienestar de la humanidad. Posterior a aquel diálogo, Raskolnikof se proclamó como el justiciero al acabar con la vida de aquella anciana; una proclamación premeditada por supuesto. En las siguientes páginas, atrapado por la culpa, Raskolnikof intenta justificar su crimen a partir de su pobreza y su consiguiente necesidad de robarle a su víctima. Sin embargo, aquel causal era una forma de escapatoria para nuestro buen amigo.


        La verdadera razón estaba fundamentada en su artículo basado en una interpretación de la teoría del superhombre nietzscheano. Petrovitch, acucioso inquisidor de Rodia en la novela, evidencia lo que Raskolnikof consideraba como un hecho justificado y legítimo el asesinar a una vil persona si con ello se conseguía dejar una huella indeleble en la historia como Newton, Mahoma o Licurgo. Dicha acción, desde la interpretación de la teoría en mención, solo era capaz de ser ejecutada por un ser extraordinario o superior con una fuerza de voluntad inquebrantable que “reclame la destrucción del orden establecido en beneficio de un mundo mejor” (Pág. 314). Y así, Raskolnikof justifica ante Petrovitch que estos hombres elevados emplean todo medio necesario hasta el punto de sacrificar vidas para alcanzar un fin último. Gran ejemplo de fin último es la igualdad entre los hombres como proponía el comunismo dogmático y que la mayoría ya sabe cómo acabó. Sin duda la tesis que sostiene Raskolnikof en su artículo, debe despertar en nuestros lectores cierta desconfianza por la barbarie que desencadenaría si todos quisiéramos ser hombres extraordinarios. Desde mi punto de vista, la conducta de Raskolnikof se debe a un impulso por hacer justicia dentro de un mundo tremendamente desigual, como la Rusia de aquella época de la novela. Ello implica un uso inmoral de la libertad, desentendiendo la humanidad de otros, por tanto, esta concepción es peligrosa.


 Ahora echemos un vistazo a una libertad ejercida dentro de la realización personal. Se me viene a la mente los casos de los personajes: Denis, el lobo hombre de Boris Vian -conocido más por la reproducción musical de rock Lobo Hombre en París de La Unión- y Jimmy Smith Jr., alter ego de Eminem en la película 8 Mile: Calle de las Ilusiones. En el primer personaje, obedeciendo al término lobo-hombre, se relata la historia de un lobo con características de humano: Soñaba con instalar un taller mecánico, “sorprender a los impacientes enamorados” (Pág. 6) y era vegetariano por herencia. Este lobo, llamado Denis, un día es mordido por el Mago del Siam quien lo hechizó, provocando que permanezca en forma de humano durante las noches de luna llena y regrese a su estado natural durante el día. En el relato se narran los sucesos de un Denis en la ciudad muy refinado, producto de su romance con sus libros, que coincide con una mujer en un restaurant con la que termina teniendo una noche de éxtasis carnal. El relato va finalizando con un Denis iracundo ante el desentendimiento del hombre por su problema de metamorfosis temporal. En este cuento, desde mi parecer, el autor manifiesta la revalorización de la libertad simbolizada por el lobo Denis quien no se detiene ante los convencionalismos de la sociedad, como la papeleta del alguacil que intentó retenerlo, sino que admira y goza la práctica de las capacidades que el hombre poco valora, como la libertad.


        Por otra parte, tenemos a Jimmy Smith Jr. o Conejo, rapero de la ciudad de Detroit quien es discriminado por ser blanco a diferencia de la mayoría de raperos negros de esa zona de los EE.UU. Pero el hilo narrativo no gira en torno a dicho problema, sino a las condiciones adversas que afronta el personaje en su vida: vive con su madre en un carro rodante, su padrastro fue su compañero de escuela y termina abandonando a su madre, trabaja en una planta industrial a cambio de un bajo ingreso, es traicionado por un amigo suyo que mantiene relaciones sexuales con la chica con la que, tal parece, llegó a sentir cierta pertenencia. En fin, la trama nos expone lo miserable que puede llegar a ser la vida. No obstante, Conejo demuestra que más allá de las tantas bofetadas que te puede lanzar la vida, tú decides si levantarte o quedarte sumido en un ambiente de lamentos. Un problema que tenía, con respecto a su habilidad para rapear, era su repentino congelamiento en el escenario, pero esto fue solo al inicio. Casi al término de la película, destroza a sus oponentes en batallas callejeras de rap hasta derrotar al vigente campeón, Papa Doc o Falcón – como ahora es conocido –. En suma, el personaje de esta película encarna el clásico hombre de lucha que padece sus desdichas pero que entiende que nada es impedimento para alcanzar sus metas.

        Hasta aquí se han expuesto, desde distintos contextos, tres ejemplos para entender los alcances de la libertad. Lo que debemos subrayar es la palabra contexto. De ahí nos viene la pregunta acerca de si ¿verdaderamente somos libres o es un espejismo social? Ortega y Gasset (1914) decía “yo soy yo y mi circunstancia” (Pág. 43). Se logra inferir que toda acción humana es fruto de una espacio-tiempo determinado. Más concreto, nuestro accionar responde a factores socioculturales. ¿Cómo así? Pues a través de las convenciones, creencias o estereotipos que se van creando o también mediante la religión. Por ejemplo, a menudo se tiende a anhelar una tonificación corporal por la influencia de la imagen en nuestra sociedad; por otra parte, la religión encasilla a los hombres dentro de lo estrictamente correcto desde el credo de la religión practicada. Se podría decir que nosotros elegimos obedecer esas convenciones sociales o las conductas que las sagradas escrituras prescriben, por supuesto que sí. Pero no siempre es así, a veces somos obligados por un deber moral o una amenaza. En ese sentido, los contextos restringen en cierta medida el ejercicio de nuestra libertad. Así queda refutado el dicho de “el pobre es pobre porque quiere” expresado por algunos apologistas del capitalismo que evaden la influencia de los contextos o las condiciones que direccionan nuestra vida.

        No obstante, los contextos, como los antes señalados, considero que solo son factores. La verdadera cuestión de si somos libres o no, radica en nuestras decisiones. Rousseau una vez dijo que “el hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado”. De esta manera, como cada beneficio tiene un costo o cada derecho implica un deber, cada elección acarrea consecuencias tanto positivas como negativas desde la percepción individual. Vaya, resulta que ¿no somos libres entonces? no exactamente. La autonomía personal, como ya se dijo, está respaldada tanto social como jurídicamente. De tal manera que nuestra libertad es inherente, pero el uso que hagamos de ella nos aprisiona con sus consecuencias perniciosas o gratificantes. Yo o tú podríamos engañar a la persona con la que tenemos un lazo sentimental, pero bien se sabe que la mentira tiene patas cortas, y tarde o temprano cojea. De aquel amor clandestino puede surgir una ruptura amorosa o, inclusive, un problema judicial. Qué terrible resulta a veces ser libres, dominados por nuestros sentimientos o pasiones, ¿no crees? Si me enamoro de mi profesora y me aventuro a declarar este amor frente a ella, podría interpretarlo como una broma o una falta de respeto hacia su persona, ya que pensaría, en primer lugar, en los señalamientos de sus colegas a ella si me acepta. Nuestras decisiones implican riesgos; mientras más conscientes somos de ellos, más nos posee la sensación de no ser verdaderamente libres.

       Ahora analizaremos la premisa frommiana sobre la libertad como fuente de inseguridad del individuo al sentirse en soledad tras desprenderse de todo sistema convencional creado por la sociedad (Salgado Ulloa, 2017). Erich Fromm expone la búsqueda de la libertad o la autonomía individual en contraste con el miedo a sentirse solo e inseguro, apartado de la colectividad. Sin embargo, interpretando al mismo Fromm, el capitalismo cubre ese vacío que la humanidad siente mediante distractores como publicidades para el consumo e ideales de superación como tener una vida acomodada en un futuro próximo. Para una mejor comprensión, tenemos a Otilia, personaje protagónico de Vargas Llosa en su novela Travesuras de la niña mala (2006) que aparece como una mujer desarraigada de todo tipo de dependencia sentimental, solo centrada en cumplir su propósito de poseer un status social y gozar de estabilidad económica. Así, en la novela, la protagonista cambia de nombre para conseguir ese anhelo. Por eso durante la trama es la chilenita Lily, la camarada Arlett, Madame Arnoux, Miss Richardson, Kuriko, Madame Somocurcio hasta revelarse su verdadera identidad, la cual es Otilia. Esta mujer audaz, caracterizada por su egoísmo, su avaricia y su cinismo, utiliza a su amante Ricardo, quien es el co-protagonista –enamorado perdidamente de ella– en cada una de sus aventuras por diversos países; aun así, no logra complacerse con nada.

        ¿Otilia, la eterna insatisfecha? Hubiese sido un título alternativo. Pero, a decir de lo que se relata en la obra, Otilia encarna la conocida frase, atribuida a Maquiavelo, sobre “el fin justifica los medios”. Desde mi interpretación, este personaje refleja fielmente la visión de Fromm en cuanto a mayor búsqueda de estatus o comodidad económica mayor grado de prisión para ella al tener que recordar experiencias desagradables que le permitieron alcanzar parcialmente su anhelo. Por tanto, la soledad y la inseguridad de no pertenecer a ningún lado aparecen otra vez y provoca que Otilia sienta un vacío, haciéndola incurrir en nuevos medios pecaminosos para cubrir esa carencia; generándose de esa manera, un círculo vicioso que la encadena. En suma, su libertad la somete. Por el contrario, en el caso de Meursault, personaje de El Extranjero de Albert Camus, hallamos también un desarraigo de los valores que la sociedad práctica, pero a diferencia de Otilia, este es indiferente ante eventos de mucha preocupación para cualquier persona como la muerte de su madre o el proceso judicial que tiene que afrontar tras haber asesinado a un árabe. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé” (Pág. 9). Tan solo este renglón evidencia aquel comportamiento particular de Meursault. Entonces ¿podríamos decir que este personaje representa al ser humano verdaderamente libre? Hasta acá se ha demostrado la complejidad que conlleva para el hombre ser libre.

        Empecé trayendo a un personaje literario para establecer la magnitud de nuestras consecuencias a partir de nuestras decisiones. Decisiones que, si bien dependen de nosotros mismos, también son influenciadas por factores externos a nosotros como la sociedad en donde vivimos o las condiciones que rigen nuestra existencia. La religión, la moral, las creencias o las tradiciones del lugar en donde nos formamos, en gran medida, definen quiénes somos. Aun así, no debe ser entendida esta última idea como absoluta, sino cómo podrían existir tipos como el citado Meursault. Por otra parte, la libertad implica riesgos y, por ende, mucho coraje para quien desea poseerla verdaderamente; un acto pasional o una emoción efímera también decantan nuestras decisiones como se ha podido observar. En última instancia, estamos atados a las elecciones que realicemos en el transcurso de nuestras vidas, sujetos a las gratificaciones o a los fracasos que de nuestras acciones provengan. La posición optimista o pesimista de poseer libertad la elegimos nosotros a partir del uso que hagamos de la misma; solo tenemos que ser conscientes y valorar aquellos efectos de nuestras acciones. En fin, he planteado una serie de preguntas durante el recorrido de este artículo. No con la pretensión de dejar en el aire ciertas ideas, sino con la pura finalidad de conseguir en el lector una reflexión que disienta o coincida con la mía. Repensar la libertad en tiempos donde, aparentemente, todo está permitido es una tarea colectiva.


Jesúss Eduardo González Ríos


Bibliografía Consultada

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