SOBRE EL DEBATE


 

En la antigua Atenas, comúnmente reconocida como cuna intelectual de múltiples disciplinas, se suscitaron ciertas eventualidades y se forjó tal espíritu en torno a la adquisición de conocimiento que aproximadamente en el siglo V a.C. surgió el primer antecedente en cuanto al arte de convencer, por obra y gracia de Protágoras de Abdera, que como sofista se preocupó por el análisis y posterior divulgación onerosa de las formas de argumentación, así como del enfoque que debería dárseles para maximizar su efectividad. La importancia atribuida al debate giraba en torno a las verdades, pues existía una suerte de relativismo que cuestionaba cualquier tipo de afirmación, independientemente de su popularidad y aceptación general; de esta forma, las constantes incertidumbres dieron paso a las confrontaciones verbales, donde la precariedad retórica y de estructuración argumental se daban abasto para inclinar la balanza en beneficio de la oposición. Si los conocimientos eran primordiales, el saber transmitirlos tenía un carácter fundamental.

Esta procedencia del debate nos permite comprender su naturaleza, lo cual resulta menester si pretendemos emitir algún juicio valorativo al respecto. Séneca ya lo dijo, cuando no sabemos a qué puerto nos dirigimos, todos los vientos son desfavorables. Siendo así, la primera consideración pertinente sobre tal naturaleza se funda sobre “la verdad”, que contextualmente no equivale a conocimiento verdadero, sino a conocimiento fundamentado. El debate fue concebido como una herramienta para desentrañar lo auténtico, desechar lo decimonónico, e interrelacionar las ideas de los contendientes, en virtud de la imposición de una postura sobre la contraria, por ser más “verdadera” que esta; no obstante, hemos de reconocer que esta perspectiva sobre “lo verdadero” es en cuanto menos cuestionable, pues son escasas las situaciones donde las formas se dan abasto para determinar cabalmente cuestiones de fondo.

Debemos recordar que este análisis es contextual, y atiende a una realidad muy distinta a la nuestra, no solo por las diferencias culturales, sino también por los inconmensurables avances en distintas áreas que actualmente distan bastante de sus génesis; véanse, la biología, economía, filosofía, etc. Somos conocedores de que existen proposiciones cuyo sometimiento a debate sería infructífero, como los axiomas matemáticos, y de que existen tipos de debate especializados, los cuales atienden a diversos contextos. Es notable que existió cierto progreso, que en lo que refiere al debate, nos exige un pensamiento crítico con respecto a su necesariedad, exigencia avalada por un contexto académico eminentemente científico donde comprendemos implícitamente que cualquier cuestión susceptible a debate está propensa a carecer de una respuesta definitiva, o de un estado final y permanente. En sintonía con lo referido, surge la interrogante: ¿acaso el debate ha perdido su relevancia?

Para responder a esta inquisición desarrollaremos la segunda consideración que obedece al sentido de este artículo, nos referimos al designio del debate. Iniciaremos aludiendo a lo que debemos esperar de este, no sin antes recordar que, en el sentido más básico y general posible, el debate es una contraposición de opiniones, a través de argumentos, donde se aspira a recoger cierto fruto en forma de conocimiento.

Destacaremos que, en este concepto, no se hace referencia a grandes certezas o verdades absolutas, pues sería ridículo aspirar a tanto contando con tan pocos elementos como lo son unas cuantas personas exponiendo perspectivas, este es el motivo por el cual un debate no puede ser visto como el camino hacia lo verdaderamente auténtico. Ahora, es preciso comprender que para el devenir vital se requiere de mucho más que certezas, pues la mayor parte de nuestras actividades se sujetan a conocimientos empíricos; de la misma forma, al momento de tomar decisiones importantes son pocas las situaciones donde la información con la que contamos es lo suficientemente basta como para disponer sin que quepan dudas. Sucede algo similar con lo que debemos esperar de un debate casual, pues durante el desarrollo de estos es común que se refieran datos errados o imprecisos, así como que surjan ciertas confusiones conceptuales; más, aún con todo esto, el mero contraste producido durante las disertaciones induce a la reflexión, que como forma de pensamiento se caracteriza por conllevar a la examinación atenta y detenida de determinado hecho.   

En los debates de índole académico o científico, que son similares, el margen de imprecisión es bastante más reducido, para estos casos, el beneficio al que nos encontramos sujetos es aún más cognoscitivo que meditativo, razón suficiente para que su valor resulte un cuanto menos magno. Por su parte, los debates políticos distan bastante de los anteriores, tanto en materia como relevancia; la rigurosidad, sin ser desmerecida, pasará a un segundo plano, pues la contienda, que versará sobre por qué una campaña es superior al resto, se verá afecta por factores contaminantes como la orientación política o los intereses personales de los espectadores; y aún así, la información valiosa que podemos rescatar de estos no es en lo absoluto despreciable pues nos permitirá emitir un voto consciente. El debate Kennedy-Nixon por las elecciones presidenciales de EE. UU. en 1960 es considerado como uno de los más importantes en la historia debido a la influencia que tuvo en los resultados de tal elección, este fue el primer debate en ser televisado y su peculiaridad recae en que mientras que los que escucharon el debate por la radio concordaban en que se había impuesto Nixon, la mayor parte de televidentes afirmaban lo contrario, debido al carisma y desenvolvimiento escénico de Kennedy. No olvidemos que los republicanos perdieron aún siendo favoritos tras una victoria contundente en las elecciones pasadas.

Formatos de debate como Parlamento Británico o Karl Popper incentivan la pericia en el desenvolvimiento personal y grupal ante estas disputas verbales, a través del fortalecimiento de ciertas capacidades necesarias para ello, como la oralidad u objetividad. Ser capaz de defender el conocimiento personal en la misma medida que se identifica la esencia de lo dicho por el resto es parte del desarrollo humano y una herramienta para la autosuperación. El que utiliza su capacidad argumentativa para humillar a los demás no hace otra cosa sino desmerecer el esfuerzo de muchos otros que, sin actuar en perjuicio de sus pares, encuentran en el debate el punto más álgido de su lucidez.

Adentrarse en estos lares de dialéctica y sacrificio constituye una experiencia inolvidable, condimentada con vivencias sociales, aprendizaje constante y cierta pizca de frenesí. En una sociedad caracterizada por su irracionalidad, las personas que se preocupan por adiestrar su mente son las indicadas para configurar un verdadero cambio.

 

Artículo de opinión.

Luis Rodrigo Elías Aliaga Castillo.

Miembro de la Asociación de Debate Última Instancia "A.D.U.I". 

 




 

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