LA MUERTE ES UN CASTIGO PARA ALGUNOS, PARA OTROS UN REGALO, Y PARA MUCHOS UN FAVOR
Tal y como dijo el gran
filósofo Romano Séneca: “La muerte es un castigo para algunos, para otros
un regalo, y para muchos un favor”.
Y aunque esa frase tenga miles de años, no pierde su
vigencia y su razón de ser. La eutanasia (buena muerte) es uno de los
procedimientos más utilizados en la sociedad actual para causar la muerte a un
paciente en estado terminal con el fin de evitarle dolores infructuosos; de esta
manera, se le impiden molestias físicas y psicológicas producidas por su
enfermedad. No obstante, diferentes Estados, como en el nuestro, se han negado
a incluir este procedimiento dentro de sus legislaciones. Pues, con la reciente
demanda de amparo contra el Estado, en el caso Ana Estrada para acceder a una
muerte digna, se refleja que, lamentablemente, nuestra sociedad peruana, aún no
madura para adecuar su legislación a esta nueva realidad social.
La idea de que la muerte podría representar un alivio
para una vida condenada a horribles sufrimientos no es nueva. La encontramos,
por ejemplo, ya en la cultura griega. Esto, poéticamente expresado en el Mito
del Centauro Quirón, a quien el dios Apolo concedió el don de la
"mortalidad", después de que en una batalla con otros centauros,
éstos le infringieran una herida incurable.
Luego, en el siglo V a.C., Sócrates atribuyó a
Asclepio, considerado dios de la Medicina en su época, la tesis de no prolongar
la vida de aquellas personas enfermas, cuyos cuerpos se encontraban
quebrantados de salud, al considerar que estos individuos no eran de utilidad
para la Polis (Estado). Pasados los siglos, Francis Bacon en 1605 basado por su
inclinación en las palabras y su versatilidad como escritor, impulsó la
composición de un vocabulario jurídico sin fabricar “Definiciones exactas” con
el fin de permitir un margen amplio para su interpretación. Esto dio paso a la
creación de la palabra “eutanasia”; en su ensayo “The Proficience and
Advancement of Learning” expone que la restauración de la salud como objetivo
fundamental del acto médico, también comporta la minoración del dolor, aún
cuando esta acción representara la muerte del paciente para evitarle el
sufrimiento.
Los principales hechos relacionados a la práctica de
la eutanasia se dieron en las aldeas primitivas donde se implementaban
diferentes mecanismos para ayudar a morir a quien lo solicitaba. En los años
370 a 300 a.C., se respaldaba la idea de suicidio asistido, dado que se
consideraban actos de valentía, donde la persona tomaba la decisión de
fallecer, antes de extender sus sufrimientos o dificultades que impedían
continuar con su vida normal. Estos eventos disminuyeron por la acogida que
tuvo el cristianismo al darle prioridad a la vida, sin importar los
sufrimientos que la persona pudiese estar pasando; se pensaba que aquellos
individuos requerían una atención especial por su condición.
Francia presentó su proyecto de ley en 1978, seguido
de España en 1988 y fue en 1993 cuando por primera vez se despenaliza la
eutanasia en Holanda.; pero, para que ello fuese posible, tuvieron que pasar
incontables injusticias como, por ejemplo, el caso del tetrapléjico gallego,
quién fue la primera persona en acudir a un juzgado para pedir que le ayudaran
a morir en España, tristemente no lo consiguió y tuvo que morir de forma
clandestina con la ayuda de amigos que se arriesgaron a acabar en la cárcel. O
como es el caso de María José Carrasco de 62 años, enferma de esclerosis
múltiple desde que tenía 32, murió tras recibir un cóctel letal de manos de Ángel
Hernández, su esposo. Ese fue su último acto de amor que realizó por ella. Otro
es el caso de José Carrasco, que padece una enfermedad neurodegenerativa y por
ello, se ha suicidado, antes de que no pueda hacerlo por sus propias facultades
y no perjudicar a otros de las consecuencias de su decisión. Así también está
el caso emblema en Perú de Ana Estrada, quien a sus 14 años fue diagnosticada
con polimiositis, una enfermedad muscular crónica y degenerativa y, actualmente,
presentó una demanda de amparo contra el Estado para acceder a una muerte
digna, y tal y como dijo el defensor del Pueblo Walter Gutiérrez: “Tenemos
derechos como la dignidad de la persona, el derecho a no sufrir tratos crueles
e inhumanos y la autonomía para decidir nuestro derrotero vital”. Como vemos,
en todos estos casos, la despenalización de la eutanasia se hace necesaria para
evitar alargar el sufrimiento humano. Pues, nadie tendría derecho a imponer la
obligación de seguir viviendo, a una persona que debido a un sufrimiento
extremo, ya no lo desea. De acuerdo con esta línea de pensamiento, en
situaciones verdaderamente extremas, la eutanasia y la asistencia al suicidio
representarían actos de compasión (beneficencia); negarse a su realización
podría suponer una forma de maleficencia.
Quizá existe el temor a que su despenalización pudiera
conducir a una situación de abuso, pero la experiencia de otros países como
Bélgica, Holanda o Suiza, quiénes la eutanasia y el suicidio asistido se
practican sin problemas desde hace años, demuestran que existen mecanismos de
control capaces de evitarlo.
Por otro lado, tenemos argumentos en contra de dicha
práctica, fundadas principalmente en la tradición moral judeocristiana, que se
basa en la proposición de que toda vida humana es sagrada, es algo dado por
Dios, por lo que no podemos disponer de ella; de allí la consecuencia normativa
de no matar. Pero acaso ¿no es un derecho a morir dignamente?, ¿no es inhumano
ser observador, y peor aún ser un testigo y de crueles sufrimientos? Pues,
mientras las leyes estén en discordancia con lo que la realidad exige, vamos a
seguir siendo espectadores de grandes injusticias.
Morir es una decisión personalísima. Ninguna persona
solicita a su médico una eutanasia sin estar convencida de que su sufrimiento
es irremediable. Además del sentido común, todas las leyes aprobadas exigen que
se consideren todos los recursos disponibles, como los cuidados paliativos. En
Oregón, donde desde 1998 tienen sistematizada la recogida de estos datos, las
tres razones para morir más frecuentes son: el sufrimiento existencial, la
incapacidad para disfrutar de la vida y la pérdida de autonomía. Las personas
deciden morir por miedo al dolor, a síntomas de la agonía o a cualquier otro
que no se pueda tratar con medicamentos paliativos, además que la causa
principal es que consideran que “vivir así” ya no tiene sentido. Por ello, he
de afirmar que los paliativos son el antídoto de la eutanasia es un acto de fe
que, como tal, no se basa en la realidad (el deseo de morir), sino en las
creencias personales (la muerte voluntaria es inaceptable).
Hoy, es fundamental la despenalización de la eutanasia
en el Perú. Pues, mientras nuestro ordenamiento carezca de una regulación
adecuada, los afectados y sus familiares se verán obligados a soportar la
agonía de una muerte tan insufrible, como evitable!
Artículo de opinión
Aleida Zaraí Julián Minchola
Miembro Fundador de la Asociación de Debate Última Instancia “A.D.U.I”
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