LA OTRA CARA DE LA MONEDA: JUSTICIA A PALOS
Hace poco, la población,
mayoritariamente joven, decidió salir a las calles a reclamar con viva voz lo
que estaba sucediendo en la política de nuestro país que, desde hace ya mucho
tiempo, venimos arrastrando; sin embargo, la gota que rebalsó el vaso fue cuando
el Congreso de la República, presidido por Manuel Merino, decidió destituir al
ahora ex presidente Martín Vizcarra por “incapacidad moral” debido a presuntas
irregularidades en la contratación del cantante Richard Swing. Producto de
ello, provocó que ese mismo día se desencadenara una serie de protestas masivas
que fueron el crudo reflejo de una ciudadanía cansada de la intolerable
normalidad atribuida a la corrupción que, poco a poco, iba formando parte de la
estructura de gobierno; es así que, desde cacerolazos en las ventanas de los
edificios y casas hasta llenar las calles con arengas y carteles en varias regiones
del país, acabaron por destituir a Manuel Merino, sucesor de Vizcarra, de la
presidencia de la República, sin embargo, a pesar de esta gran victoria, no
podemos dejar de lado los trágicos sucesos ocurridos a raíz de la intervención
de los agentes policiales en las protestas.
Para empezar, las famosas
“marchas nacionales” en contra del régimen de Merino, que convocaron a la
ciudadanía a unirse a esta protesta para no ser simples espectadores pasivos de
la convulsión política que estaba sucediendo, no es algo ilegal sino más bien,
están reconocidas en nuestra constitución política, específicamente, en su art.
2° numeral 12 así como también, en ámbitos internacionales, en el art. 15° de
la Convención Americana de los Derechos Humanos (CADH) y el art. 21° del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, entre otros más; por lo tanto, en
contra de muchas especulaciones dadas por los medios de comunicación, las
personas que asistieron a dichas protestas no reciben la calificación de
terroristas, subversivos ni mucho menos delincuentes debido a que solo estaban
ejerciendo un derecho que les corresponde: el derecho a protestar. A pesar de
ello, el gobierno, en guardia de sus intereses, quería controlar la actuación
del pueblo permitiendo que agentes policiales intervengan haciendo uso de su
fuerza de manera arbitraria provocando un centenar de desaparecidos, heridos y
lamentablemente, la muerte de dos jóvenes estudiantes: Inti Sotelo y Bryan
Pintado.
Ya habiendo explicado el contexto
en el que ocurrieron estos sucesos, el presente ensayo gira en torno de un tema
que quizás no haya sido considerado tan importante, sin embargo, amerita realizar
un análisis con la finalidad de comprender mejor nuestra realidad actual. Me
estoy refiriendo a la “otra cara de la moneda”, es decir, a los agentes que
ostentaban de ese uso arbitrario y excesivo de su fuerza policial y su
moralidad, que juega un papel al momento de actuar.
Sin tener mucho conocimiento
sobre la estructura de la Policía Nacional del Perú (PNP), es sabido que existe
una “pirámide” de rangos que en su piso más bajo están los suboficiales de
Armas; de ahí, los comandantes, tenientes y así, sucesivamente hasta llegar al
General de Policía, que es el grado más alto al que una persona puede aspirar
dentro de ese rubro. La finalidad de este orden jerárquico es poder cumplir con
todas sus funciones correspondiente de manera más adecuada y eficiente; por lo
tanto, para que esto se pueda cumplir, es necesario que la jerarquía de mandos
se respete para que pueda preservar el orden. Todo esto, a pesar de su
simplicidad, tuvo mucha relevancia en las protestas realizadas por la crisis
política que sucedía en el Congreso, debido a que para que los agentes
policiales ejerzan una violencia de tal magnitud sobre la población, dicha
actuación tuvo que tener su génesis en una orden proveniente de las más altas
cabezas que la legitimaban.
A simple vista, sin necesidad de
dar argumento alguno, es totalmente reprochable el rol que asumió la Policía
Nacional del Perú y de eso no existe duda alguna; no obstante, el debate se
centra sobre aquellos policías que ocupan rangos inferiores y que, según
mandato expreso de la ley, deben prestar obediencia a las órdenes de sus
superiores.
Como se ha podido ver en varios
medios de comunicación, lo que buscaba la PNP era erradicar todo tipo de
protesta que se estuviese realizando, especialmente, en la ciudad de Lima y
para ello, tenía que recurrir a cualquier medio que estuviese a su alcance
(bombas lacrimógenas, perdigones de goma, gas pimienta, etc.), olvidándose de
que no estaban enfrentándose a los más peligrosos delincuentes del país sino
que, tenían en frente a una población cansada de todas las injusticias
cometidas por parte de su Gobierno y que a lo mucho, contaban con carteles,
silbatos, entre otras cosas inofensivas. Por consiguiente, si se les comunicó a
los agentes policiales de salir a las calles para detener esas marchas sin
importar las consecuencias teniendo el total amparo del Gobierno, ¿hasta qué
punto tienen la obligación de seguir dichas órdenes si es que va en contra de
sus propios principios? ¿hasta qué nivel la ética profesional debe ir por
encima de la moral, propia de cada persona? Estoy convencida de que, al momento
de utilizar sus armas dejando heridos hasta incluso, muertos, por lo menos unos
cuantos del cuerpo policial se cuestionaron si es que realmente estaban en el
bando correcto.
Cabe resaltar, que la
intervención de la policía recibió el apoyo del presidente del consejo de
ministros; por lo tanto, tenía amparo, entonces, esto agrava aún mucho más la
posición de los “subordinados” ya que, si no cumplían dichas órdenes, estaban
incurriendo en el delito de insubordinación tipificado en el art. 117° del
Código Penal Militar Policial. También, no debemos olvidar que estamos en una
época de pandemia donde el Covid- 19 se suma a la larga lista de enemigos que
tiene nuestro país; por esta razón, al existir una gran posibilidad de ser
despedido, resulta muy difícil desistir por la complicada situación económica y
la alta tasa de contagios que estamos atravesando. Por último, mencionar la fungibilidad
de los actores policiales que consiste en que, si uno de ellos se niega a
utilizar armas violentas contra la población sabiendo que puede llegar a causar
la muerte de un civil, otra persona fácilmente puede ocupar su puesto ya que,
como hemos mencionado antes, pueden existir de por medio razones económicas,
familiares, etc. más fuertes que su moral.
Por otro lado, dentro de todo
este meollo político, los medios de comunicación fueron la última pieza para
completar el puzle; estos, al ver la gran popularidad que generaron las
marchas, no lejos de sus intereses lucrativos, llegaron a distorsionar la
realidad. Según nuestra Constitución Política en su art. 2° numeral 4, se señala
a “la libertad de información mediante palabra oral o escrita o la imagen por
cualquier medio de comunicación social sin previa autorización ni censura ni
impedimentos algunos”; por lo tanto, canales de televisión, radio, entre
otros, al estar dentro de la categoría de medios de comunicación social, deben
cumplir con el rol de informar a la población sobre los sucesos que ocurren en
nuestra realidad pero de una manera adecuada y veraz, cosa que no sucedió con
las protestas ya que influenciaron en las personas, a veces de una manera
exagerada, creando un desbalance en la percepción de la comunidad por parte de
ambos bandos. Como ya mencioné anteriormente, el accionar de los agentes
policiales es totalmente reprochable, pudiendo tener a diversos testigos que
declaraban un uso arbitrario de su fuerza; sin embargo, para poder tomar una
decisión libre e informada, es necesario conocer la “verdadera” realidad de las
cosas sin alguna distorsión o exageración por parte de los medios.
En resumen, todos los argumentos
anteriormente planteados, hacen difícil poder responder a las dos preguntas
planteadas y definitivamente, es imposible negar que cuando se habla de “moral”
ya se convierte en un tema complejo, con solo decir que hasta incluso en su
definición no se tiene un concepto determinado. Es más, a partir de este
análisis, se fomenta la capacidad de análisis y reflexión al momento de
determinar si es que realmente la moral tiene límites o en todo caso, cómo
poder identificar aquello; no obstante, ya caeríamos dentro del plano
filosófico, antropológico, etc. que no son objeto de este ensayo.
Por último, concluir que, a raíz
de todos los últimos acontecimientos que han dejado una gran marca en la
historia de nuestro país, resulta casi como una obligación para nosotros, los
jóvenes, informarnos y analizar de una manera correcta y, sobre todo, informada
sobre lo que sucede con nuestra política que juega un papel determinante para
el progreso de nuestro querido Perú.
Artículo de opinión
Olenka Idelsa Vásquez Sánchez
Miembro de la Asociación de Debate Última Instancia "A.D.U.I."
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